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Cada año hay una ausencia. Quizás más de una.
La ausencia se hace presente, se patentiza, a la hora incierta de la tarde, entre dos luces que se funden, a la hora incierta de la mañana, cuando el día se impone a la noche cansada.

Este año, una vez más, se registrara la ausencia en esa augusta, misteriosa y cristiana Semana Santa murciana. En esa tarde convertida en rio de sangre.
Cuando ya no canta el gallo de la Negación porque teme confundirse con el de la amanecida.

Cuando las estrellas, cansadas de llorar lagrimas de plata, se fueron tras una nube blanca, perdida acaso tras la lejana cumbre de Sierra Espuña.
Cuando el sol y la brisa, la rosa y el azahar el río y la caña, componen el clima y el paisaje.
Entonces se mueve la Cruz sobre el hombro descansado; se mueve la Pasión, hecha figura y vida, sobre el hombro fuerte y generoso.
Surge el nazareno murciano, rudo y elegante, y al golpe seco del estante, la procesión se mete en Murcia.

Y la ausencia se hará hueco. El hueco vaciado por la marcha, sin retorno, de don CARLOS VALCÁRCEL MAVOR, nazareno ilustre donde los haya.
Su generosidad, su nazarenia, su humanidad fuerte y briosa de nazareno viejo no marcará la pauta ni acompasará la andadura de <su> Cristo de la Sangre.
Sus nazarenos “coloraos”, ese río rojo del Miércoles Santo, de los que el presumía, notaran la orfandad de mando, del consejo de padre y buen amigo, de la ayuda y la entrega. Hasta el “Berrugo” llorara de tristeza al no poderle ofrecer un año más una habica huertana.

El Ángel de <mi> Oración del Huerto, grácil y confortante, le llevará un mensaje, envuelto en la plegaria que labios temblorosos de emoción por el recuerdo pronunciaran cuando el aire puro de la mañana juegue con las cintas vaporosas del capuz nazareno.
Y cabe, con el recuerdo emocionado, bajo el canto de la Correlativa por los Auroros de la Virgen del Carmen, del Rincón de Seca, la ofrenda de una flor huertana, posada sobre la roca en la que reza el mismo Dios, para velar con su fragancia el sueño en que duerme, bajo el frío mármol del camposanto, el buen nazareno, el nazareno ausente, que este año no acudirá a la cita con su Procesión.
Esa Procesión que se nos mete en Murcia al golpe seco y duro del estante, entre un bosque de cruces penitentes, entre un largo rosario de capuces “coloraos”, como puntas recortadas que señalan la mansión celestial y la eterna gloria.
Junto al Cristo de la Sangre, se encontrara a sus amigos “coloraos” y “moraos”, preparándonos nuestro sitio junto al Cristo de La Oración.
Pero……será la voluntad del Padre y no la nuestra.
Pedro Zamora García