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Me cuesta mucho explicar lo que significó para mí la procesión del Viernes Santo del año 2007, pero quiero compartir con todos vosotros los momentos inolvidables de esa mañana.

Como todos los años sonó el despertador a las 5.00 h. y como siempre me acerqué a la ventana asomando la cabeza entre las cortinas. Pude contemplar que el suelo estaba mojado y que un suave “chiriviri” caía sobre nuestra ciudad. La ilusión se desvaneció y el pesimismo se hizo dueño de mí. Mientras me vestía, fueron innumerables las veces que me asomé a la calle esperando un pequeño milagro, que parara de llover, aunque cada vez que me asomaba la respuesta del cielo era la misma, lluvia. Aún así continuaba vistiéndome, para ir a “Jesús” como Dios manda.

Cual fue mi sorpresa cuando al salir de mi casa la lluvia cesó y un  hilo de esperanza inundó mi corazón. Cogí a mi hijo y a mi mujer y emprendimos el caminó hacia la privativa iglesia de Jesús. Durante el  trayecto fui   tranquilo, aunque con la preocupación propia debido a las inclemencias meteorológicas y al nerviosismo del que iba a ser mi debut como cabo de andas de la Oración en el Huerto. Comenzaba otra generación. Llegando a la Iglesia empecé a notar como unas gotas de tamaño considerable empezaban a caer sobre mi túnica morada. En ese instante me derrumbé y las lágrimas que caían sobre mi rostro nada tenían que envidiar a las del cielo. Tantas ilusiones puestas en esa mañana y de golpe y porrazo todas ellas desaparecieron. La procesión no saldría.


Entré al Templo y empecé a ver la desilusión y preocupación de hombres curtidos, recios y fuertes como robles. Los nazarenos de Jesús. El silencio solamente lo perturbaba el sonido motivado por las oraciones que rezaban al Nazareno, pidiéndole que les permitiera sacarlo en procesión un año más. La respuesta del Padre no se hizo esperar y a las 7.55 de la mañana nuestro Presidente se dirigió a todos, poco mas o menos en los siguientes términos: ”…si a las 8.00 de la mañana no llueve, la procesión saldrá a la calle…”. Entonces fue cuando el murmullo de todos los nazarenos estantes de Jesús se hizo notar en la Iglesia. Las caras aunque no relajadas del todo, si mostraban que la ilusión que habían perdido minutos antes florecía de nuevo en su corazón. Y así fue, a las 8.00 en punto se abrieron las puertas del Templo, y como en ese momento no llovía, el Pendón Mayor salió a la calle iniciando con ello la solemne procesión de los “moraos”.

El paso de la Cena comenzó su andadura. Momentos después se dirigió a mí el Mayordomo Comisario de Procesión indicándome que debíamos de comenzar a desfilar. De repente una explosión de emociones me invadió, y me apresuré a lanzar a mis estantes esas palabras  con las que tanto tiempo soñé, ¡ estantes de la Oración, preparados !Aunque deseaba con locura sacar nuestro “Paso” a la calle, había un deseo aún mayor y era el cederle a mi padre que por última vez golpeara su vara de cabo de andas sobre el que ha sido y será siempre su Trono. Y así lo hizo sacando La Oración en el Huerto a la calle. Fue un momento tan bonito como emocionante el cual ambos no olvidaremos.

La procesión comenzó para nosotros con un cielo que daba pié al optimismo, de hecho al llegar a la iglesia de San Antolín un rayo de sol golpeó en la cara de nuestro Ángel. Las caras en ese momento se relajaron, ya nadie pensaba que la tan apreciada agua de lluvia caería sobre nosotros. La procesión transcurría sin ninguna novedad para todos, bueno para todos menos para mi ya que esa procesión era totalmente novedosa, el peso de la responsabilidad de mi debut me hacía ver cada cosa de una manera diferente a como yo la conocía.
Fue llegando a la plaza de José Esteve cuando los peores augurios se hicieron realidad. Comenzaron a caer las primeras gotas de agua, detuve el Paso y me apresuré a sacar los plásticos que estaban preparados bajo el Trono, a continuación  me dirigí a los dos  nazarenos que yo había seleccionado el día anterior por si acaso Nuestro Padre Jesús lo disponía. Fue increíble la responsabilidad de mis hombres en ese momento, en los escasos 10 minutos que estuvimos parados colocando los plásticos, el Paso ni se movió un milímetro. En ese momento pensé en los grandes nazarenos que son los que portan La Oración en el Huerto.

Proseguimos nuestro caminar hacia la privativa iglesia de Jesús como si la lluvia intermitente que empapaba nuestras túnicas no existiera. Pero fue entrar a la calle San Nicolás donde empezaría nuestro particular desfile de pasión. Quiso Dios que fuera en la calle mas nazarena de Murcia donde los mejores nazarenos demostraran a la gente de su ciudad, el porque son el buque insignia. Empezó a llover de una manera descomunal. En apenas unos minutos toda la calle se convirtió en un enorme charco de agua. Pero aún con las inclemencias meteorológicas ahí estaban los estantes de la Oración, con el hombro bien metido, la cabeza alta, las caras mojadas, pero con el rictus sonriente, orgullosos y responsabilizados como nadie. Se sufrió mucho hasta llegar a Jesús pero como no podía ser de otra manera llegamos con el Trono arriba, como si la lluvia no fuera con nosotros, con las caras de felicidad y  con la satisfacción del deber cumplido.

Esta procesión no la olvidaré en mi vida, me ha enseñado muchas cosas, entre ellas que los nazarenos no son solo esas personas que si visten con túnicas y llevan un paso, una cruz o un cetro. Hay otros nazarenos que lo sienten tanto o más que estos, me refiero a los “nazarenos de silla”, los cuales aguantaron el chaparrón pegados a las mismas con el único objetivo de aplaudir y apoyar a los estantes. Pero, sobre todo, de lo que no me olvidaré en mi vida es de la hazaña estoica que realizaron mis nazarenos. Siempre he estado orgulloso de ellos pero lo de este año no tiene parangón. Su comportamiento fue exquisito en esta procesión donde se mezclaron lluvia y pasión.

A los estantes de la Oración en el Huerto de su Cabo de Andas que nunca  olvidará ese día

        Pedro Zamora Romero de Castellón
        Cabo de Andas de la Oración en el Huerto