• 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5
  • 6

Casi no me lo creo. Parece que fue ayer, cuando empecé a desempeñar mi papel en esa punta de vara del maravilloso paso de la Oración en el Huerto, y ahora, parece ser, que todo ha acabado. Probablemente, este pasado Viernes Santo de  2009, haya sido mi última procesión. El tiempo no pasa en balde para nadie, y después de varios lustros de servicio ininterrumpido en esta majestuosa insignia y en esa misma vara, mi vida nazarena parece que llega a su fin.


Estoy orgullosa y satisfecha. Nadie me quitará jamás el inmenso honor de haber estado al servicio de los nazarenos-estantes del paso de La Oración durante tantos años. Han sido casi cuatro lustros con mi actual dueño, y algunos más con su antecesor, su padre. He servido para resguardar los hombros de estos esforzados nazarenos en ese empuje tan despiadado como controlado al mismo tiempo.

Ya, el pasado año, mi dueño decidió sustituirme y probar con una más joven y recién tapizada. A mí, me dejó olvidada en el fondo del baúl. Solitaria. Melancólica. En un estado depresivo, del que no he podido escapar hasta este pasado Jueves Santo, cuando mi dueño decidió volver a amarrarme a mi compañero “el estante”, quedando así, a la espera de volver a ser partícipe del cortejo de mas enjundia de cuantos acontecen en la ciudad de Murcia. De esta manera, un año más, he podido ir amarrada a una de esas inmensas varas de aluminio con remates de madera que soportan el coqueto trono.

Este Viernes Santo, en la Iglesia de Jesús, y nada más quedar posado en su carro el paso de La Oración, una vez acabada la procesión para los nazarenos-estantes de este paso, como de costumbre, Ochando, un ilustre y veterano estante del paso de La Santa Cena, acudió a saludar a mi dueño. Ochando tiene como oficio el de tapicero, y por su condición de nazareno, suele hacer, unas muy buenas, y muy cómodas almohadillas. De la conversación de ambos, entre saludos y recuerdos, mientras me desataba de la vara, salió a relucir el acuerdo de que le será encargada una nueva almohadilla para sustituirme el próximo Viernes Santo.

Casi no doy crédito, pero es así. También la vida nazarena termina para las almohadillas. Como en todos los ámbitos de la vida, nada es para siempre. Ahora que parece que todo ha terminado, y que pasaré a la reserva activa en ese baúl de artilugios nazarenos, quedaré tan solo para el recuerdo. Respetaré la decisión, aunque no la comparta, y estaré al acecho por si tuviera que volver a jugar un papel de protagonista en la procesión de las procesiones.

De todas maneras, ahí queda mi historial; haber sido amarrada más veces que ninguna otra de las almohadillas, que este pasado Viernes Santo, lucían moradas en tan hermoso trono.