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Un año más, tras poder contemplar al Cristo del Perdón y a su Madre Dolorosa recorrer las calles de la Alberca de las Torres en la noche del Jueves Santo, me dispongo a descansar para poder participar en la procesión de mis amores la mañana siguiente.   
Pero esta noche es diferente, no es como todos los años, surge en mí un gusanillo que recorre todo mi cuerpo, como si de un primerizo se tratara, que al alba vestirá su primera túnica morada.

Razón había en ello para tales emociones y sentimientos, esa madrugada al despertar cambiaría la túnica de tantos años, las puntillas y el cetro por la chaqueta y el estante.
Al despertar, la emoción me embargó y mis piernas comenzaron a temblar, poco a poco fueron transcurriendo los minutos que fueron calmando mi ansiedad, y mientras por el rabillo del ojo contemplaba el paso de las "Tres caídas" por Campana, me subía las medias, ataba bien las esparteñas alrededor de los tobillos, me colocaba la chaqueta y corbata, para a continuación colocarme las enaguas almidonadas.

Los nervios volvían a hacer acto de presencia en mí, pero al vestir la túnica “morá” , anudada por mi madre y tras colocar el cíngulo alrededor y el rosario, que hace 18 años me regaló mi bisabuela para mi primera procesión con la túnica de mayordomo de Jesús, para entonces ya estaba hecho un flan.

Acudí a mi cita como otros años, allí estaba a las 7:00 junto a la algarabía de gente que se amontonaba a las puertas de la Iglesia, pero no me quedé en la puerta esperando que llegara el momento de irme a mi hermandad, este año penetré en el lugar más bello de la mañana donde se conjuntan las imágenes que veneramos durante los 365 días del año, con cientos de nazarenos dispuestos a mostrar su amor a Jesús por las calles de Murcia. Me acerqué a mi Cabo de Andas para darle los buenos días y ponerme a su disposición, ya me encontraba preparado para trabajar y sobretodo aprender de aquellos maestros con los que compartiría tarima debajo de “La Oración”.

La espera se hacía eterna, todos salíamos a la calle para mirar al cielo, esperando que Dios nos diera una tregua y así poder salir a la calle para que los murcianos pudieran contemplar la pasión del Hijo representada en tan bellas imágenes.
Por fin son las 8:00, el pendón sale a la puerta y comienza las procesión, tras el va  “La Cena” con esa magnífica mesa repleta de alimentos que prepararon durante el Jueves Santo sus camareros.

Los estantes de “La Oración” se preparan para oír el primer toque de la mañana. Comienzan a andar por el interior de la Iglesia evitando con gran destreza que la palmera toque con sus hojas la gran lámpara que se encuentra en el centro. Mis músculos presentan continuos espasmos provocados por los nervios que recorren mis venas, mi corazón late cada vez más deprisa y mi sangre fluye como aguas enfurecidas de los grandes ríos.

Por fin salimos a la plaza de San Agustín, “La Oración” está en la calle y por vez primera, mi tío me permite sentir el dulce peso en el hombro y con ellos, desaparece todo el miedo que me había acompañado durante la madrugada hasta ese mismo instante. Entonces comienza la carrera, pero eso ya es otra historia.