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¡Cuántas gotas de dolor,
cuántas cuentas de sudor,
-sudor de sangre y de amor-
en tu Oración redentora!
porque sabías, Señor,
que era llegada la hora
de tu supremo dolor.
Dolor que, en contraria suerte,
-y perdona que en la suerte
yo ganara la partida-
para Ti sería muerte,
para mí sería vida.
Cada gota de sudor
sobre la tierra del Huerto
era un frío brillo muerto
bajo la luz de la Luna

Pero te digo, Señor,
que no se perdió ninguna
cuenta del sudor de amor
de tu Oración en el Huerto,
prólogo de tu Calvario.
Que todas ellas, Señor,
son cuentas de resplandor
en el Rosario de amor
de tu Madre del Rosario.

Manuel Benitez Carrasco