Hola Pedro, Oscar, buenas noches ¿qué hacéis por aquí?, pues aquí con tu hermano Victorio que lo hemos encontrado por casualidad, y ha dicho que te estaba esperando y nos hemos puesto a hablar de la Oración que es lo que nos gusta, ¿quieres una cerveza? me dijo Oscar, eso no se pregunta le dije y allí nos pusimos a hablar de la semana santa, en ese bar cuyo nombre no recuerdo, pero cuyo sitio e instante no olvidaré en mi vida. No me digáis cuándo pero en un momento preciso Pedro Zamora me miró, en mitad de una conversación que por supuesto no me acuerdo y sin vacilar un instante me dijo este año vas a cargar La Oración, silencio sepulcral, las sensaciones son difíciles de explicar, miras a Pedro, a Oscar, a Victorio y te encuentras entre la incredulidad, la emoción que te embarga, las lágrimas y el orgullo porque vas a ser un miembro más de esa impresionante familia llamada La Oración en el Huerto.
A partir de ese momento todo ha sido un nudo en el estómago, un contar días, horas, esperando disfrutar del acontecimiento más importante que puede vivir un nazareno estante murciano.
Todo el mundo me lo decía, vivir la experiencia del Viernes Santo por la mañana es distinto a todas las procesiones que hayas podido participar, y así fue, pero no adelantemos los acontecimientos.
La noche del bautizo fue maravillosa, contemplas a tu alrededor a los estantes, unidos, hechos una piña, hermanados, siendo testigos y fedatarios de lo que estaba aconteciendo. Se lee en voz alta el Xuramento y cuando oyes a tu hermano decir, que “ésta era la ilusión que habíamos tenido desde que éramos críos”, derramando esa bendita sidra por tu cabeza, así como a Antonio Jiménez diciendo : “bienvenido a la historia”, una alegría inmensa recorre tu cuerpo, además, tuve la suerte de bautizarme con mi amigo Antonio José Ruiz Gay y nada más que con Pedro Manuel Zamora hijo o nieto según se mire, la continuidad, al fin y al cabo.
El Miércoles Santo por la mañana vivimos el ritual de coger y escoger los famosos dátiles de la oración, con mi amigo Paco López Cuartero, siempre bajo la supervisión de Pedro y Oscar y la selección del olivo que mejor pueda encajar en el precioso conjunto escultórico a los pies del Ángel.
El Jueves Santo compartimos las famosas migas, otro acto más de hermandad de este trono. Realmente están buenas y allí conversando con unos y con otros, compartiendo vino del gran Pedro Zamora, charlando con José Manuel Hernández Castellanos, pasamos un rato realmente formidable.
Y llegó la tarde de Jueves Santo. Ese ritual que tantas veces había visto detrás de las vallas, ahora me encontraba dentro de ellas, pero con la sensación de que siempre había estado allí. Ayudando en lo que hiciera falta, como uno más, pues esa es la gran esencia de este paso. Entre dátiles, mistela, arreglo de palmera y muchos nervios se pasó esa preciosa tarde, tuve el privilegio de estar en el camarín mientras Oscar y Pedro ponían la palmera en su sitio, un reguero de móviles y cámaras grababan el momento, la palmera pesaba, pesaba mucho, y Oscar con decisión fue llevándola, paso a paso, peldaño a peldaño, a su sitio, bajo la atenta mirada de Pedro. Cuando sonó el chasquido fue muestra inequívoca que la palmera había ido a su sitio. Un cerrado y caluroso aplauso rompió el silencio de la expectación, todo estaba en su lugar, solo había que volver a casa, rezar y dormir para estar enteros al día siguiente.
Lo de rezar sí, lo de dormir poco, muy poco, una hora y otra hora iban pasando en el reloj, hasta que a las 4 y media de la mañana empezó el día de los días de un nazareno estante murciano.
Mi esposa Lourdes, pies y manos míos, lo tenía todo preparado, de manera perfecta, pulcra, túnica, enaguas, medias, ligas, esparteñas, estante, etc., no había problemas en decir, dónde iba el rosario, o dónde el cíngulo, pues bien temprano Pedro nos lo había recordado vía WhatsApp, a petición histórica de algún estante y poco a poco fuimos vistiéndonos con la túnica morá, allí estábamos los dos, mi hermano Victorio y yo, junto a mi hermana Encarni y Lourdes, cumpliendo la ilusión de cuando éramos pequeños.
Cuando entré en la Iglesia, la belleza de los pasos del maestro Salzillo era inigualable, poco a poco fui hacia nuestro paso habiéndome santiguado ante Nuestro Padre Jesús Nazareno y la Dolorosa de Murcia, y allí estaba fuera del camarín, el trono de los tronos, el paso de los pasos, de belleza incomparable, pues la Perla, ese Ángel, fue esculpido por la Gubia de Dios a través de su servidor D. Francisco Salzillo hace 260 años.
Las almohadillas se van atando en sus sitios, las miradas son de solidaridad, fraternidad, un hervidero de estantes llena la iglesia, te has hecho la foto tal como nos habían indicado, con el gran Mariano Egea, que ha intentado sacar lo mejor de ti. Y llega la oración. Nos encomendamos a Jesús Nazareno y un sonido recio y seco se escucha mientras abren el portón de la iglesia. Tambores y burlas sonando, la procesión está en la calle, un abrazo con mi amigo Mora, y todo preparado.
Una vez que la Cena había salido de la Iglesia, la Oración se levanta y formidablemente sortea la lámpara del centro de la iglesia y encara la muy estrecha puerta de salida. La Oración salió a la calle despacio, muy despacio, milimétricamente perfecta. Mientras que la hermandad encaraba la Plaza de S. Agustín, una letanía de fotógrafos, se fijaban en cada detalle de las imágenes, así como de los estantes, y una vez que dio la primera curva, Antonio Jiménez me dijo : “entra Dani “, y casi sin respirar oí el golpe del estante en el paso y por fin cargué el paso de la Oración en el Huerto. No recuerdo cuanto estuve cargando, pero cuando salí del puesto de Antonio Jiménez, tras darle un abrazo, miré al Cristo implorante y recé una oración de agradecimiento por haberme concedido este precioso regalo.
La procesión impresiona, en todos y en cada unos de sus momentos, al paso de la Oración todo el mundo aplaude, en las curvas, cuando se va recto e incluso cuando estás parado. El paso por la Plaza del Cardenal Belluga fue excepcional, la bendición del Sr. Obispo, la estampa de la Catedral con la Oración pasando despacio, pero muy alta.
Ahora entiendo el motivo del almuerzo de esas empanadillas que nos dieron en la calle Trapería, para recobrar fuerzas, y sin darme cuenta, llegamos a Sto. Domingo donde muchas personas estaban admiradas al paso de la Oración, lo mismo en Plaza del Romea, como en S. Bartolomé, y que decir en las Plazas murcianas por excelencia como son Sta. Catalina y La Plaza de Flores.
La solidaridad de los estantes de la Oración se sentía con: “JuanVi vamos arriba, Nano gracias por la ayuda eres un fenómeno, Dani entra aquí, Buendía entra gracias, Antonio, Victorio, no apretéis tanto, va fenómeno” y todo siempre bajo la atenta mirada de Pedro y Oscar. Maravilloso.
Y llegó la curva de Lencería, tras abrazos y besos sentidos, padre, hijos y nieto, el gran Pedro Zamora García, delante de su Oración, con el sagrado estante, inició el movimiento de la difícil curva de Lencería. Fue perfecta. El paso giró sin ir un milímetro hacia atrás, con orgullo, con pasión y con los sentimientos a flor de piel, así encaró la Vía Dolorosa murciana también mal llamada calle de S. Nicolás.
En esa calle, estábamos mi hermano Victorio y yo, en la punta de vara de la Oración dando todo lo que teníamos para que fuese lo mejor posible, los varas trabajando, los tarimas levantando sin casi espacio por el problema de las sillas. Realmente un gran esfuerzo.
Llegando a la iglesia de Las Agustinas, la procesión tocaba a su fin. Se me había pasado rápida, muy rápida, no pensaban igual mis piernas y hombros, y encaramos de nuevo la Plaza de S. Agustín. Cuando vi la Iglesia, miré de nuevo al Ángel con el Cristo a sus pies, di gracias y me puse a llorar de alegría, por ser el hombre más feliz del mundo, alguna que otra lágrima se quedó para siempre en la túnica de Oscar y me dirigí a la puerta de la Iglesia para no molestar el caminar de la Oración, pero todavía quedaba una sorpresa. Pedro me llamó a la misma vez que mi hermano y me dijo : “entra aquí Dani, en el puesto de Victorio”, yo estaba confundido, Pedro me dijo : “vas a meter la Oración”, a la misma vez que yo decía a mi hermano “no, no, por favor”.
La Oración en el Huerto de manera lenta y perfecta entró en la Iglesia culminando una mañana maravillosa de Viernes Santo.
Todo eran abrazos y saludos de hombres felices por el trabajo bien hecho, hermanos en una misma Fe, la Fe que une a la familia de La Oración en el Huerto de Nuestro Señor Jesucristo.
Muchas gracias a todos de corazón.