Los seres vivos somos capaces de identificar nuestra casa, nuestro hogar, gracias a diferentes sensaciones que nuestros sentidos captan. Algo que olemos, tocamos, vemos, oímos….alguna sensación interna que solo tú mismo comprendes…pueden ser muchas cosas o una sola, pero sabemos cuándo estamos en casa.
Desde la LLAMADA DE PEDRO (¿Os habéis fijado que todos hablamos de ella?) he experimentado unas sensaciones que me dicen que formo parte de un hogar. Cuando me dio la noticia, volvía del trabajo en coche y me alegré de no ir conduciendo porque mi cuerpo tembló. Mi primer pensamiento se fue hacia mi padre (q.e.p.d) porque pocas cosas le habrían enorgullecido más que la estampa de sus hijos cargando juntos la Oración. Hace más de 30 años, papá, que nos metiste en vena “el morao”, hemos sido mayordomos y penitentes, y aquí nos tienes. Seguro que lo viste y lo disfrutaste. Luego llamé a mi hermano, compañero nuestro, y no se sorprendió porque Pedro ya le había adelantado la noticia, prohibiéndole decirme nada y ni una palabra soltó.
En los siguientes días se lo conté a todo el mundo y me gustó decírselo, especialmente, a aquellos que no viven la Semana Santa como nosotros, porque muchos de ellos no entienden los sentimientos que embargan a quien es elegido para portar un paso como la Oración; pero al ver mi forma de contárselo se dieron cuenta de que algo extraordinario me estaba pasando. Lo que me estaba pasando es que estaba entrando en ese hogar que habéis creado. Lo sentí al sentarme en la cena de los bautizos muy cerca de tres históricos de La Oración como Pedro Zamora padre, Pepe Dormal y Joé Manuel Hernández Castellanos, que con sus anécdotas, nos metieron de lleno en la Historia de este paso (¿os acordáis Sergio y Alejandro?). Y por supuesto, también lo sentí cuando “caté” las migas del Jueves Santo y al sentir el tacto rugoso del tronco de la palmera mientras Óscar, con su maestría habitual, la montaba; y con la algarabía de la Iglesia de Jesús cuando, por primera vez en la historia, el público pudo ver la colocación de la palmera en el trono, y cuando la mañana de Viernes Santo se te nubla la vista en clave de morado por las calles de Murcia, y cuando entras en la Iglesia y percibes ese aroma especial a madera, flores y la naftalina de la túnicas.
Señores, la Oración te hace sentirte en casa hasta cuando la cargas la primera vez. ¿Cómo no voy a comentar ese momento? Antonio Buendía, en la misma plaza de San Agustín me dijo: “prepárate que en 1 o 2 golpes me sustituyes, que mi familia está cerca”. Y os prometo que no estaba lo nervioso que corresponde a ese momento. Estaba en casa. ¿Quién está nervioso en casa? Y fue un honor sentirme debajo del ángel, de la palmera y el olivo, de Santiago, Juan y de Pedro, y de la nube, porque La Oración es un conjunto escultórico engrandecido por el enorme valor de sus partes. Exactamente lo mismo que sus estantes, que no sólo son grandes cuando unidos pasean majestuosamente la obra de arte por la calles de Murcia, sino también cuando individualmente, cada uno con lo suyo y a su forma, ha colaborado en la creación de este hogar. Es imposible que no sea así. Lo sé aunque todavía mucho por aprender y descubrir de vosotros.
Yo me considero hogareño, y vosotros también lo sois. En inglés, “hogareño” se dice “home loving” una combinación de los términos “casa” y “amor”, sin duda los dos grandes principios que rigen el grupo humano al que tengo el orgullo de pertenecer, principios que prometo defender y fomentar con todas mis fuerzas y principios que transmitiré a los que lleguen en el futuro. Gracias a todos y cada uno de vosotros por este impresionante recibimiento.