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El cabo de andas era ciertamente bragado. Con el rostro surcado de arrugas, las piernas arqueadas y la túnica más gastada que los portales de la Catedral, contemplaba con atención cómo su paso doblaba el Arenal hacia Belluga y refunfuñaba.
Si, refunfuñaba por lo bajito, como para sí mismo, porque a su veterana mirada pocas cosas pasaban desapercibidas, y, porque a esas dos puñaladas en un tomate que formaban sus ojillos, no se le escapaban que su paso venía revirao, retorcío y sin gracia.
Y es que eran tres generaciones de cabos de andas las que habían golpeado su trono con esa muletilla, como para que él no se diera cuenta de que algo no funcionaba.
Analizó uno por uno sus estantes y trató de sacar en claro qué pasaba ese día.
Y repasó mentalmente su saber y su experiencia para esclarecerlo. . .

Bajo un paso de Semana Santa de Murcia capital y, en concreto, en los que desfilan con la cara destapada, los estantes cumplen unas funciones determinadas y específicas según el lugar del trono en el que cargan.

Y por eso, el paso se divide en tres zonas o partes, claramente diferenciadas, a saber:

Varas de adelante, Tarimas y Varas de atrás.

La varas delanteras las portan los llamados "PUNTA FOTOS" o "FOTO VARAS". Su función, como todo el mundo sabe, es la de salir en todas las fotos que se hacen de ese paso y la de estar atentos a poner pose, o cara de circunstancias en el momento en el que algún fotógrafo les apunta con la cámara. Suelen ser los más altos y guapos para que la foto quede bien, y gustan de ladearse y retorcerse en las curvas y hacer todo tipo de gestos y posiciones raras para quedar de muerte.
Cargar, lo que se dice cargar, no cargan, pero son los más conocidos del trono y por la calle, al terminar la procesión, todo el mundo les saluda y les dice: ¡oye tío!, ¿tú sales en tal paso, verdad?

La segunda zona, la de las varas de atrás, la llevan los llamados "CULO VARAS" o "TUERCEPASOS". Su función es la de enderezar el paso cuando los punta fotos se salen del recorrido para quedar bien en alguna fotografía.
No hacen mucho más, porque, para colmo, su trabajo está muy poco valorado. Da igual lo que hagan y cómo lo hagan, ya que, como nadie se fija en ellos y casi no se les ve, daría lo mismo que fueran vestidos de nazarenos que de toreros. Y añadir de ellos, que dan un poco de penita, porque cuando van por la calle, al terminar el desfile, constantemente le cuentan a todo aquel con el que se cruzan: ¡oye! ¿sabes que yo salgo en tal trono?
 
La tercera y última categoría de estantes es la de los "TARIMAS". Estos son los que van debajo del trono y llevan el paso realmente. Sufridos, abnegados y bajitos, estos pequeños masoquistas, se cargan su peso, que sumado al de los fotovaras y el de los tuercepasos (que como digo, no cargan), los transforman en verdaderas hormiguitas nazarenas. Suelen ser feos y están gastados por el esfuerzo, y cuando termina la procesión, simplemente no dicen nada a nadie porque están reventados y, además les daría lo mismo lo que dijese nadie por el cansancio que arrastran.

Pues, en principio, todo parecía estar conforme a ley, es decir, cada uno de sus estantes estaba donde debía estar, pero él seguía sin entender porqué ese día no terminaba de marchar el trono como debía.

Volvió a examinar detenidamente a sus fieras y vio que, en efecto, la mayoría sudaba y sufría en silencio. Pero, tras mirar y remirar, analizar y destilar, por fin, encontró la letra pequeña de la historia: encontró la respuesta.

Dando una vuelta alrededor del trono, y por aquello de que España no solo pare leones, descubrió, uno en la tarima y otro en las varas de adelante, a dos de las tipologías de estante, más temidas por cualquier cabo de andas:

El CULEBRA y EL GANCHO.

"El CULEBRA", dícese de aquel estante que, ya cargando su paso un rato, comienza a doblarse. formando con su cuerpo un raro zig-zag que le permite que no se le parta la columna con el peso que se le viene encima. Quedan más reconocidos cuanto más altos son y, por supuesto, son muy queridos y apreciados por sus compañeros.

"El GANCHO", por el contrario, es aquel que, no llegando a su almohadilla o no queriendo llegar, que todo vale, camina de puntillas y levantando el hombro hasta alturas impensables, simula como que carga. ¡Pero vamos!, que no carga, porque, entre otras cosas, ni llega. También se le conoce por la "PERCHA"  y por ir colgao, y suele ser tan querido en el grupo como el "CULEBRA".

Tanto el uno como el otro, suelen poner caritas de duelo, suspiran fuerte cuando el paso se detiene y suelen ser de los más quejícas y habladores, tal vez para justificar su trabajo o la falta de él.

Así que visto el problema del asunto, nuestro protagonista se fue directo a la solución.
Era el puntafoto culebrero culpable, amigo antiguo y nazareno viejo, por lo que requería un trato de deferencia. O casi. Alto, espigado y desgarbado, había confianza para cantarle el matarile sin dramatismos. Con lo que le llamó aparte, y, entre el toque de la burla, que sonaba de fondo, y dos zagales que se les acercaron a pedirles caramelos, le soltó de sopetón:

-¡Socio, o te enderezas o te enderezo! Le espetó, mirándole fijamente desde la cueva donde se ubicaban sus profundos ojos negros.

-¡Te estás cargando al tronco-vara, mamón, que me lo tienes reventao de llevar lo suyo y lo tuyo. Así que espabila de aquí al final de la procesión, y ni se te ocurra pedir un cambio, dar un caramelo o volver a culebrear, que no te quito ojo!- y, terminando la disertación con un golpe de la muletilla en el asfalto, se fue indignado hacia la tarima derecha, buscando al otro interfecto.

Allí, más lejos de la almohadilla que del sol, interpretaba su papel de gancho perfecto un chaval nuevo, de los de estreno pero "despabilados".
Estaba a prueba y venía recomendado por el celador del paso, lo cual ya le había reventado la hiel en su momento: pero ahora, respiró hondo, modificó la marcha de las pulsaciones y tomó la decisión.
Miró con detenimiento al figurín y distinguió entre el hombro y la almohadilla del cuentista, al estante de la otra tarima, tal era el boquete de la discordia. Así que, acercándose a él, suave, con una sonrisita lobera en las comisuras de los labios, en la que casi se perfilaban las gotitas de sangre chorreándole del labio, carraspeó un par de veces para aclararse la voz y cambió el talante anterior para explicárselo, pero bien explicado.

Pero esto ya es otra historia.

Lo cierto es que, nuestro viejo cabo de andas, consiguió, con estas y otras muchas intervenciones ese día, que el paso volviese a su andar; a su elegante caminar, tomado entre algodones por sus treinta y tantos estantes murcianos. Lento, lentísimo, como navegando más que andando, porque, por si lo desconocen, a pesar de que la apariencia del nazareno murciano sea, en ocasiones, recia, descuidada o desmanotada, hay pocas ciudades en el mundo que cuiden tanto sus tronos.
Aquí no se les zarandea, no se les eleva con brusquedad y, ni tan siquiera, se les deposita sobre los estantes de golpe. Aquí se les mima, se les acuna y hasta se les canta suave, caramba, que sobre ellos van algún Santo, el Hijo de Dios o su Santa Madre.

Por tanto, nuestro veterano estante mayor, consiguió, un año más, una vez más, pasmar y dejar boquiabierta a la Historia, con su alarde de trasnochado barroquismo inmutable, caballerosidad, respeto a las tradiciones y sencilla humanidad, frente a la vorágine de estresante tecnografía político-social impuesta, carente de valores y recurrente a modismos y esnobismos, que nos sumerge y que nos asfixia cada día de nuestra vida.

Tal vez sea porque esos hombres de los que hablamos, solo hacían el oficio de estantes.

Y tal vez lo hacían, porque nadie les obligaba a serlo.



En la Alberca durante el mes de Febrero de 2009
Fco. Javier Aliaga Meroño
Cabo de Andas de La Dolorosa