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[Novela corta costumbrista escrita por Pedro Zamora García en 2018]

Recuerdo que despertar en la huerta una mañana de primavera, era un acontecimiento único y difícil de olvidar. Abrías la ventana y los gorriones y los jilgueros se enzarzaban en sus trinos, como si quisieran competir en una demostración coral. El aire traía una mezcla de perfumes producida por la inmensa variedad de flores: geranios, claveles, jacarandas, alábega y a azahar. Uno entendía inmediatamente cómo en los tiempos de la dominación musulmana en la Región, los moros escogieron la zona de Puente Tocinos para instalarse, como también lo hiciera años después Jaime I y su descendiente Alfonso X El Sabio.
Todo lo contrario que en la ciudad, llena la atmósfera de polución producida por infinidad de humos provenientes de diversas fuentes haciendo irrespirable el aire. Después de varios años sin aparecer por la huerta, pensé que ¿Por qué no?. Inmediatamente se apodero de mi un fuerte deseo, y no era otro que darme una vuelta por las antigua propiedades de mis abuelos, en la localidad de Puente Tocinos.

Pues dicho y hecho, inmediatamente puse en marcha mi deseo dirigiéndome hacia la pequeña localidad y acercarme a ver el caserón de mis antepasados. Una vez llegado al lugar, comprobé el lamentable estado en el que se encontraba, aunque eso no me privo de visitar y recordar el entorno a ella, aquellos lugares por donde de pequeño correteaba y jugaba sin freno. Casa solariega, como tantas que habían en la huerta antaño, conocida como la <Casa del Reloj>, debido a que en su fachada principal había un antiguo reloj de sol en plena huerta; pero sobre todo, a nivel popular, como la <Torre de los Zamora>.
El paso del tiempo ha sido inexorable. Todo ha cambiado, en donde estaban las tierras llenas de frutales, verduras, cereales y otros, habían sido ocupadas por edificios, bloques de pisos que se han comido aquel vergel. Me atreví a visitar las ruinas de la casa. Más bien digamos que los restos de la misma.
Todo ha cambiado, echando una ojeada nada se parece a lo que viví entonces, solo edificios de pisos ocupaban los espacios de los arboles y bancales. Pero sobre todo, echaba de menos a un personaje crucial, esencial e importantísimo en la vida cotidiana de este paraje. Falta la señora Amalia “Mama Amalia”, mi abuela. Aun tengo en mi pituitaria su olor. El olor de un ser querido es especial, huele a cariño, a protección, a seguridad. Nunca olvidare, mientras viva su olor Amalia Lucas Zaragoza, que así se llamaba la <Mamamalia>, era una mujer de unos sesenta y pocos años, aunque aparentaba ciento veinte, no por su falta de vitalidad que la tenía a raudales, sino por dedicar toda su vida a las labores de la casa, de una familia numerosa, llego a parir catorce hijos de los que le sobrevivían cuatro, había quedado viuda muy pronto mi abuelo Pedro tenía 43 años cuando falleció. Mucho dolor, mucha angustia y mucho trabajo habían modelado su rostro lleno de surcos y tristeza.
Aun siento sus brazos rodeándome en su regazo, sentada en su mecedora al fresco, contándome sus vivencias, sus padeceres, sus sinsabores, sus alegrías y su entrega a sus hijos y a su poca tierra; también me contaba historias y cuentos como solo ella sabia contarlos, pues cuando la escuchabas, era tan real y tan autentico lo que decía, que te hacia vivirlo y formar parte de la misma.

Contaba mi abuela que, la historia que a ella le causo mas impacto, ocurrió hace muchos, muchos años. Muy cerca de <La Torre>, en un radio de unos trescientos metros, moraban dos familias, vecinos y amigos. Normal, gente de bien, trabajadores, honrados y apreciados por el pueblo; como unas de tantas familias huertanas del paraje de Puente Tocinos.
Pues bien, estas familias estaban formadas una, por el matrimonio Santiago y Dolores, y de cuyo enlace habían tenido tres hijos, Doloricas, Santiago y Miguel, de 18 la chica y 22 años los varones, pues se daba la circunstancia de que estos dos eran <melguizos>, o dicho en lenguaje culto, mellizos. La otra, por el matrimonio Francisco y Carmela que, a su vez tenían tres hijos, Manuel, Aurora y Juan, de 25, 20 y 18 respectivamente.
Hasta ahí, todo muy normal. La cuestión era que la hermana de Manuel, Aurora, una autentica perla de muchacha, bellísima, con una melena larga, bien cuidada, de color castaño, con unos ojos almendrados de color verde, como dos faros, hacendosa de su casa, dominando todos los menesteres de la misma, con unas manos diestras para el bordado, el bolillo y la costura, con una simpatía que irradiaba el entorno. En una palabra, lo que en término coloquial podríamos definir como un bombón de criatura. Pues bien, esta hermosura de moza llevaba locos a todos los mozos del pueblo, pero especialmente a los hermanos Santiago y Miguel, los cuales ya la conocían de antaño, pues al ser vecinos (ser vecinos en la huerta conlleva que las casas de los mismos no estén adosadas precisamente, a veces existen como trescientos o cuatrocientos metros la una de la otra), prácticamente habían crecido juntos, incluso habían participado en los mismos juegos y ayudado en las labores propias de la huerta.
La moza era sabedora del atractivo que ejercía sobre los zagales, aunque en su interior existía desde siempre una inclinación hacia Santiago, ajena desde siempre a la admiración que por ella tenía el hermano de este, Miguel, que bebía los vientos por la muchacha
El caso es que, poco a poco, se fue creando sin poder evitarlo una atmosfera enrarecida en el triangulo amoroso, que sin quererlo se había formado entre los dos hermanos y la moza en cuestión. Todo este enredo se iba produciendo en el más hermético silencio y sin dar muestras de sospecha alguna.
Santiago y Miguel eran unos hermanos ejemplares, perfectamente compenetrados, confidentes, cómplices a veces de aventurillas propias de su edad, eran buenos y muy simpáticos, caían muy bien a todos. Nunca habían tenido roce alguno por ninguna causa, participaban juntos en las labores propias de la huerta, incluso iban de ronda juntos. Total, unos hermanos ejemplares.
Pero hete aquí que, cuando se cruza en el camino una mujer, que te entra por los ojos, como en este caso Aurora, es inevitable que surjan sentimientos incontrolados. Miguel bebía los vientos por la moza, aunque en silencio, tan en silencio que ni siquiera a su hermano le había comentado jamás nada al respecto. Algo tímido no se atrevió nunca a manifestar sus sentimientos a Aurora, sin embargo ésta ya tonteaba con Santiago bastante tiempo, era innegable el interés que la muchacha tenia por el. También el zagal correspondía con carantoñas, detalles, mimos y atenciones, o sea, estaban los dos <coladitos>, Sin embargo todo lo llevaban muy en secreto hasta que un día la chica cito a Santiago junto al hermoso laurel existente cerca de su casa; el motivo era que quería hablar con el de un asunto importante.
Al día siguiente justo a las seis de la tarde, se presentan los dos zagalicos en el sitio acordado. Ella se encontraba algo nerviosa por el asunto a tratar que, para ella, era bastante delicado. Ante la insistencia de Santiago que se explicara abiertamente, después de unos segundos de silencio le dijo:

— Estoy muy preocupada Santi. Tengo la sospecha de que tu hermano está enamorado de mí.
— En que te basas para decir eso.
— Intuición femenina. La forma de mirarme, su excesos de atenciones, no sé, hay algo en el que lo delata.
— Es raro, tu sabes que entre mi hermano y yo no han existido nunca secretos y el no me ha dicho nada, por eso me sorprende lo que me dices.
—Me siento mal, porque yo no quisiera hacerle daño, le tengo mucho cariño. Debemos encontrar la manera de decírselo.
—Esta bien mujer, yo veré la forma de decirle lo nuestras relaciones. No te preocupes.
Dicho esto se dirigieron a casa de unos parientes de Aurora, en donde se festejaba el cumpleaños de una prima. Llegados a la misma se encontraron con Miguel, el cual acudió a saludarlos cariñosamente. Pasaron alegremente la velada, bailando, participando en juegos y más tarde cantando acompañados por dos guitarras y una bandurria. Todos se esmeraban en pasarlo bien, bailando, y de vez en cuando alguna copita de anís o de mistela. Tampoco ni Santiago ni Aurora tenían un comportamiento fuera de lo normal entre gente joven y festiva.
Está claro que, después de la conversación mantenida con Aurora horas antes, el muchacho estuvo todo el rato observando a su hermano, comprobando el comportamiento hacia la chica. Efectivamente se dio cuenta de que actuaba de una forma especial, sin embargo no eran pruebas suficientes como para sospechar nada serio. En un apartado se juntaron los dos hermanos, y Santiago tanteo a su hermano haciéndole preguntas como que, si le gustaba alguna chica, que si salía con alguna, que si le había echado el ojo, etc. pero no había forma que soltara prenda, todo lo contrario, no daba muestras de interés por ninguna moza, en plan serio.
Aurora, llena de interés por lo que su mozo hubiera sonsacado a su hermano, no pudo resistirse a hacerle algunas preguntas.
— ¿Santi, has podido sacarle a tu hermano alguna palabra?
. — Pues no, no ha habido manera de sacarle ni una palabra- Le
contesto con claras muestras de preocupación.

Estando en esas, se acerco Miguel para pedirle baile a Aurora, la cual algo titubeante y sonrojada, accedió a la petición del muchacho. Salieron a la pista mientras sonaba la melodía del famoso bolero de Antonio Machín: <Dos gardenias>. Todo transcurría de manera normal hasta que de improviso, le espeto a la moza:
— Sabes Aurora, tú me gustas mucho. Desde siempre, desde que éramos pequeños, pero nunca me atreví a decírtelo. Me gustaría que nos viéramos más y saliéramos juntos.
Aturdida y algo nerviosa por las palabras que acababa de escuchar se atrevió a contestarle de inmediato.
— Escucha Miguel, te agradezco enormemente tus palabras, pero de momento no deseo tener ningún tipo de relación. Yo te aprecio mucho, ya lo sabes, lo que tú me propones no entra en mis planes.
Cariacontecido por la respuesta de Aurora, el muchacho le pidió disculpas por si le habían molestado sus palabras, a lo que Aurora contesto con una leve sonrisa que no tenía por que disculparse. Termino el baile y ambos se dirigieron al lugar en donde Santiago estaba. Una vez juntos, todo transcurrió normalmente, sin ningún tipo de incidencias, charlaron y rieron hasta que, terminada la velada, los tres marcharon juntos hacia sus respectivas viviendas, no sin antes acompañar a la chica a la suya. Tranquilamente los dos hermanos se dirigieron rumbo a su morada. En trayecto no se pronuncio ni una sola palabra sobre lo ocurrido en el baile, tanto uno como el otro evitaron pronunciarse al respecto, aunque a Santiago se le notaba bastante preocupado por la situación. Por nada del mundo quería dañar a su hermano que, hasta entonces llevaban una convivencia ejemplar, se querían y se respetaban y lamentaba que hubiera surgido el dilema de Aurora, por el que, tal vez, produjera un distanciamiento entre los dos.
Al día siguiente se levantaron temprano para ayudar a sus padres en las labores propias de la huerta, concretamente en la recogida de un plantel de maíz. Mientras desayunaban, charlaban de lo bien que lo pasaron en la fiesta, pero sin sacar el tema candente de la moza en cuestión. Sin embargo, Santiago no pudo resistirse alanzar una pregunta a su hermano.
—Dime Miguel, anoche ligaste alguna zagala verdad? Te digo esto porque te vi muy animado y te brillaban los ojos.

—Pues no precisamente Santi, todo lo contrario, me declare a una y me dio calabazas.- Le contesto a su hermano, no sin mostrar seriedad en sus palabras.
—Y quien fue la moza que rechazo al tío mas simpático y atractivo de todo Puente Tocinos?
—Pues mira hermano, no quería decirte nada pero lo voy a hacer. Se trata de Aurora. Es una chica que siempre me ha gustado y anoche me atreví a proponerle que saliéramos juntos y me aceptara como novio. Sin embargo me dio unas calabazas enormes, pero no pasa nada espero que con el tiempo se me pase.
Ante la declaración de su hermano, Santiago sintió una enorme conmoción, el corazón le latía a velocidad de vértigo. Quedo anonadado sin saber que decir. Al poco tiempo reacciono y le dijo a Miguel que no se desanimara, que a lo mejor con el tiempo cambiaba de opinión. Dicho esto dejaron el tema, terminaron de desayunar y juntos a su padre se fueron a realizar la faena que les esperaba.
Antiguamente la recogida de las panochas de maíz, en la huerta, era todo un acontecimiento en el que participaban no solamente los dueños del plantío del maíz, sino que incluso familiares y vecinos que, conjuntamente ayudaban en dicha tarea. Una vez terminada la recolección, se amontonaban generalmente en la puerta de la vivienda y seguidamente se procedía al <desperfollo>, tarea que consistía en deshojar las panochas o mazorcas para su posterior desgranado del maíz. Verdaderamente era una fiesta todo el proceso, pues la gente joven se sentaba alrededor del montón animándose con canciones, incluso alguien llevaba su guitara o bandurria y animaba el cotarro. Los dueños obsequiaban al personal con bizcochos, pastas y dulces combinados con una copita de anís dulce o mistela. Existía un aliciente añadido y era que, aquel o aquella que descubriera una panocha <colorá> podían besar a la persona que quisieran.
Terminado el trabajo de recolección, ardua tarea que duró casi dos días, Santiago y Dolores, padres de los mozos en cuestión, dispusieron todo lo necesario para proceder al <desperfollo> de sus panochas. Emplazaron a familiares y vecinos a dicho trabajo para el sábado de esa misma semana a partir de las siete de la tarde.
Llegado el día empezaron a acudir el personal citado, principalmente jóvenes, aunque también había de mediana edad. Poco a poco fueron tomando sitio alrededor de la montonera de <panochas>, sentándose en el suelo sobre retaleras dispuestas para tal efecto. Antes de comenzar Santiago, dueño de la finca, pronuncio una Oracion dando gracias a Dios por la buena cosecha recogida. Una vez concluida, se dio la señal de comenzar el <desperfollo>. Todo transcurría dentro de la más absoluta alegría y jolgorio, que para eso ya se encargaban los mozos y mozas asistentes, aparte de los invitados con los instrumentos musicales que no paraban de interpretar canciones alegres y divertidas.
De vez en cuando surgía un grito de alegría, debido ni más ni menos a que alguien había encontrado una <panocha> colorá. Inmediatamente la moza o mozo que la encontró se dirigía a la persona de sexo contrario, la abrazaba y besaba, fuera quien fuera. Asi se venía haciendo durante décadas y así se cumplía.
Como dato curioso viene a cuento explicar ahora la razón por la que salían, aunque pocas, <panochas> coloras. Pues bien, parece ser que los huertanos consideraban que a la hora de sembrar los granos del maíz, en los surcos que el arado era tirado por bueyes o vacas, aquellos granos que eran “regados” por los orines de estos animales, germinaban maíz colorado. Leyenda o verdad el caso es que así se creía en la huerta.
Volviendo a la fiesta en si, las panochas limpias de hojas se iban amontonando considerablemente lo que no era óbice para que la fiesta siguiera a un ritmo frenético, cantando canciones de moda aunque también las típicas malagueñas, parrandas, boleros, etc. Hete aquí que, de pronto dando un grito espectacular, Santiago se levantó como si tuviera un resorte, con los brazos abiertos y lleno de alegría se abalanzo sobre Aurora y rodeándola con sus brazos comenzó a besarla cariñosamente, entre los aplausos de todos los allí asistentes, menos uno. En el otro extremo del corro se hallaba su hermano Miguel, el cuál con cara de pocos amigos y con claras muestras de enfado, presenciaba la escena de su hermano con la moza de sus sueños.
—¡ Que haces! Por qué abrazas así a mi novia- le espetó a su hermano.
La muchacha, sin dejar casi que terminara la frase le contesto con firmeza y seguridad,
—Perdona Miguel, yo no soy tu novia, somos solo muy buenos amigos.

—No me dirigía a ti, sino al traidor ese.—Inmediatamente se dio la vuelta y entro en la casa con aires de pocos amigos; tras el entraron sus padres que le recriminaron la escena que momentos antes había ofrecido, instándole que se calmara y saliera a pedirles perdón.
—Perdon decís. Ni por todo el oro del mundo. ¿No habéis visto de que manera más ruin me ha quitado mi novia?. Jamás le pediré perdón.
Los padres del muchacho intentaban calmarle y hacerle entrar en razón, amparándose en las palabras con las que Aurora le había respondido anteriormente. Haciendo un ultimo esfuerzo para que su hijo cediera, sus padres le conminaron a que volviera a la fiesta hicieran las paces y a otra cosa. Pese al esfuerzo de sus progenitores, este volviéndose violentamente hacia ellos les contesto muy enfadado.
—Mirad lo que os digo, le pediré perdón cuando el Ángel de La Oracion del Huerto baje el brazo, eso es.
Inmediatamente salió por la puerta trasera de la casa y desapareció. Mientras tanto, los asistentes al <desperfollo> no daban crédito a la escena que habían presenciado, unos a otros se miraban atónicos haciendo comentarios de diversa índole.
Santiago con el semblante serio dejo a la chica con los asistentes y se dirigió hacia la vivienda. Una vez dentro observo como su padre abrazaba a su esposa e intentaba consolarla, esta inmersa en un mar de lagrimas, no podía entender el comportamiento de Miguel; al preguntarles que donde estaba su hermano, pues deseaba hablar con el, le contestaron que fuertemente airado se había marchado para no volver.
—No preocuparos, eso es solo un calentón pero estoy seguro que esta noche volverá—Les contesto el muchacho con el propósito de darles ánimos y minimizar la conducta de Miguel.
Con el fin de quitarle importancia a lo sucedido, se dispuso a salir y decirle al grupo allí congregado que, todo estaba solucionado y solamente se había ausentado para calmar los nervios producidos por tan áspera y desagradable escena. Aclarada la situación, prosiguieron la fiesta del <desperfollo>, los músicos reanudaron su particular concierto y todo el mundo les acompaño con canciones alegres y festivas.
Terminada la operación, y una vez separadas las hojas de las <panochas>, la señora de la casa obsequio a los asistentes con unas viandas suculentas juntamente con unas botellicas de buen jumilla, todo ello para recompensarles del esfuerzo realizado por los allí congregados. Una vez dado buena cuenta del obsequio, cada uno tomo las de Villadiego y se fueron marchando. Al cabo de un rato solo quedaron en la casa Aurora, Santiago y sus padres. Una vez recogidas las piezas de panizo y guardarlas en la sala (llamada así a una estancia situada en la planta alta de la casa dedicada a depositar el grano, la paja los embutidos, etc.), sacaron unas sillas y una mesa a la puerta y se dispusieron igualmente a dar buena cuenta de los presentes sacados por Dolores, aunque a ninguno de ellos le apetecía dar ni un solo bocado, cosa lógica por otra parte, después del “soponcio” pasado con anterioridad.
Pasaron varios minutos y el silencio se podía cortar, ninguno de los allí presentes se atrevía a dar el primer paso. Sin embargo fue Aurora la que rompió el hielo.
—¿Puedo decir algo?—exclamo la moza, que al ver que le consentían hacerlo, prosiguió.—Debo decir que no me ha pillado de sorpresa la reacción de Miguel. Ya le conté hace tiempo a Santi que, su hermano me había pedido relaciones, y estaba claro que yo le gustaba y así me lo manifestó. A pesar de mi negativa, no me atreví a decirle, por no hacerle daño y evitar disgustos, que yo había elegido a su hermano.
La chica se vio obligada a contarles todo eso a los padres de su mozo, con el fin de que estos comprendieran un poco la reacción de Miguel.
A todo esto, el muchacho fue a visitar a unos parientes para solicitarles que le admitieran como huésped durante un tiempo, aduciendo el haber tenido un pequeño disgusto con sus padres, cosa pasajera, pero que de momento y hasta que las aguas volvieran a su cauce, le convenía estar alejado de su casa. Por supuesto que admitieron al muchacho y le comentaron que podría estar allí el tiempo que quisiera. No hay que decir que, al día siguiente un miembro de la familia se desplazo a casa de Santiago y Dolores, a los que informo de la visita de su hijo y de las intenciones de este. Los padres al saber la noticia se sintieron mas tranquilos por el destino y quiénes eran los que lo habían acogido.
Pasaron los meses y la situación no cambiaba. Miguel se incorporo a la Universidad a seguir los estudios de Derecho, al igual que su hermano en la Facultad de Filosofía y Letras, no coincidiendo en ningún momento.

Llegado el mes de Abril, y acercándose la Semana Santa, en toda Murcia y su huerta, sus gentes se disponen a preparar todo lo concerniente a la vestimenta del nazareno, esto no tendría importancia por lo habitual, pero en la historia que nos ocupa coincide que los dos hermanos salían cargando en La Oracion del Huerto de la Cofradía de Jesús.
Después de cinco años haciéndolo juntos, esta sería la primera vez que solo uno cargaría sobre sus hombros a la “Perla de Salzillo”. Miguel había tomado la determinación de no salir junto a su hermano, inmerso aun en el disgusto tomado meses antes.
Llegado el día, a las cinco de la mañana del Santo, Santiago vestido de <morao> se disponía a tomar camino hacia la iglesia de Jesús, acompañado por Aurora y por su padre que se disponía a llevarlos en coche hasta Murcia.
Mientras tanto en casa de los parientes, hogar provisional de Miguel, este había pasado toda la noche en vela sin poder apartar de su mente esa mañana mágica, pero el se había impuesto no salir en la Procesión y así lo cumplió. No obstante y pese a su decisión, no pudo resistir la tentación de asomarse a ver pasar “su Paso”. Por tanto se vistió, desayunó y tomo camino hacia la ciudad.
Mezclado entre el gentío congregado en la Plaza de San Agustín, espero a que pasara La Oracion, con el propósito de que una vez ocurriera volvería al pueblo.
Se abre la puerta del templo, momento en el que el cuerpo de Miguel empieza a moverse como un flan, los nervios no le dejaban mantenerse de pie. Aparece el Paso de la Santa Cena, esplendido como siempre magníficamente arreglado con los mejores manjares. El muchacho tuvo que apoyarse en la pared de los edificios para no caerse. Al poco rato se vislumbra a lo lejos, en el dintel de la puerta, la palmera de La Oracion, señal inequívoca de que al siguiente toque del Cabo de Andas aparecerá en la plaza saludando a Murcia entera. De pronto el muchacho nota como se le humedecen las mejillas provocadas por las lágrimas que llenaban sus ojos. La emoción le embargaba todo su ser, llegando incluso a arrepentirse de no haber salido también el.
Al poco tiempo el trono, magníficamente llevado por sus estantes, se acerca despacio hasta la altura de donde se encontraba el, con la fortuna de que es parado justo a donde el muchacho estaba. Este escondiendo su rostro para no ser reconocido, clavo su mirada en el Cristo y “su Ángel”, quedando totalmente absorto en la sublime escena. Sumido en la belleza de la misma, siente de pronto que una dulce voz exclamaba:
—Oye muchacho. Sí, me dirijo a ti.
Miguel lleno de asombro y con cierta incredulidad de lo que estaba oyendo, no daba crédito a las palabras que había oído. No se atrevió a contestar. Sin embargo esa voz volvió a escucharse.
—Muchacho me dirijo a ti—Miguel haciendo un gesto con el dedo señalando a si mismo, como si quisiera decir si era a el, aunque no se atrevía a levantar la mirada. La voz insistió esta vez de una manera mas concreta.
—Me estoy dirigiendo a ti Miguel.
—A mi.-contestó alzando la mirada y observando como el precioso Ángel que esculpiera Salzillo, bajaba el brazo derecho señalando con el dedo al muchacho.
—Sí, a ti, escucha, tengo para ti un mensaje del Maestro. Te dirigirás a casa de tus padres a los que pedirás perdón por tu conducta. También cuando llegue tu hermano harás lo mismo. Cumple lo que te he dicho y tu vida estará llena de alegrías y felicidad, si no lo hicieras tu vida será sombría y triste.
Aturdido por lo que estaba sucediendo, y no dando fe a todo ello, no tuvo por más que preguntar a uno de tantos espectadores que presenciaban tan magno desfile, sien algún momento habían observado y oído al Ángel con aquellas manifestaciones. Las personas allí reunidas miraban al muchacho entre un poco de lastima, pues creían que habían perdido la razón, O bien estando tan ensimismado en la escena, se había sentido sugestionado. Lo cierto y verdad fue que, al no recibir ninguna respuesta que satisficiera su interés, optó por abandonar la procesión y como alma que lleva el diablo se dirigió con todo lo que sus piernas le podían permitir, a casa de sus padres. Llegado a la casa paterna, comenzó a dar gritos llamando a sus padres, al tiempo que recorría la hacienda en su busca. Alarmados por los gritos, los progenitores que se encontraban haciendo labores en la huerta, acudieron prestos a comprobar que sucedía.
Llegados a la casa se encontraron a su hijo compungido e inmerso en un mar de lagrima; al preguntarles que le ocurrió, Miguel correspondió tirándose al suelo y abrazando a sus padres les imploraba que le perdonasen por su rara y fea actitud, por haberles causado disgustos con su forma de pareceder, que se había dado cuenta cuan ingrato y desagradecido había sido. Una vez desahogado, explico a sus progenitores lo que le había sucedido viendo la Procesión, jurando y perjurando que había sido verdad y que solo el lo había presenciado.
—¿Te acuerdas mama cuando te conteste que le daría un abrazo a mi hermano <cuando el Ángel de la Oracion bajara el brazo>? Pues ha ocurrido, y ha servido para verme a mi mismo, y darme cuenta lo injusto que he sido con vosotros y con mi hermano.
Enzarzado en la explicación a sus padres de la visión y escena ocurridas, no aprecio que su hermano Santiago junto a su novia Aurora se disponía a entrar en la casa. Al sentir su presencia, Miguel se abalanzó sobre su hermano con los brazos abiertos y suplicándole le perdonara por su actitud, el muchacho asombrado por el gesto le correspondió con un fuerte abrazo y con gestos de caricias logro calmarlo, seguidamente se puso de rodillas frente a la chica a la que pidió toda clase de disculpas solicitando igualmente le perdonara. A continuación se unieron todos en un abrazo lleno de cariño y hermandad, siendo a partir de entonces la familia que siempre había sido, hasta que los malditos celos se habían apoderado de uno.
“Y colorín colorado este cuento se ha acabado”. Asi terminó de contármelo mi abuela, no sin antes decirme que esa historia había ocurrido de verdad. El caso es que, verdad o ficción, es un cuento para sacar muchos mensajes positivos.