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Con este título, el maestro Jesús García Aldeguer nos dejó de uno sus más bellos poemas. Fue escrito en el año 1944, y publicado en el número 26 de revista mensual “Fuensanta” en el mes de marzo de 1.945, cuya edición correspondía a los Padres Jesuitas.
No hace falta añadir nada más, sino leerlo. Es fiel reflejo y doy fe de ello, del significado de este grandioso día para el poeta:

Murcia sigue penitente
el sendero pasionario,
Viernes Santo mañanero
en ascensión al Calvario.

Se van abriendo los cielos
por las saetas y salmos.
Entre claveles y cirios
pasa Cristo condenado,
cargado con el madero
hecho por nuestros pecados.


Viernes Santo mañanero;
Viernes Santo tan murciano.
Ciudad, huerta, pueblo todo
va siguiendo al Condenado,
a Jesús de Nazaret,
trocado en baldón de escarnio.

¡Oh divina inspiración
de Rigusteza! vibrando
con el vaivén de las andas
de penitentes descalzos.

Como se oprimen los pechos,
y se resecan los labios
ante la Pasión de Cristo
plasmada intacta en los pasos.

Sale el “Ángel” ¡maravilla!,
imposible descifrarlo:
se ha parado el pensamiento,
la palabra se ha callado
ante la efebial belleza,
sosteniendo entre sus manos
al cuerpo de Jesucristo
en el Huerto desmayado.
“Ángel” sin igual de líneas,
trasponiendo ya lo humano;
que va encendiendo los ojos,
que va a todos cautivando,
que no se sabe decir
de que sexo está copiado.
Es “Ángel” y baste eso,
y está del Cielo captado.

Viernes Santo mañanero,
salzillesco, amoratado,
entre volandas de encajes
de blanco inmaculado.

Siguen los “pasos” saliendo,
siguen los labios rezando
y el sol se asoma en los cielos
y se retira asustado
ante la gran maravilla
del Viernes Santo murciano.

“Prendimiento”, los “Azotes”
la “Caida”, redoblando
condolidos los tambores
y los clarines llorando.

Gente, más gente apiñada;
los penitentes cargados
con duras cruces de leño
como trofeo de milagros;
las saetas que se prenden
entre la brisa y los salmos
y siguen poniendo al sol
cada vez más asustado,
mientras, Salzillo en la Gloria
cada vez más aclamado.

La Verónica ¡proeza!
la Santa Faz en sus manos,
estampa fiel de murciana
envuelta en un mar de llanto;
tan etérea, tan sutil,
cimbreante, como un tallo.

Sale San Juan, el apóstol
de Jesús, el más amado,
el que en la “Cena” se duerme
sobre el Divino Costado:
decisión, dolor, de prisa
va de verdad caminando;
toda la gracia barroca
va repujada en su manto;
al verlo gritó Benlliure:
¡Va andando solo, dejádlo!.

Llora, que llora la gente
van los “pasos” desfilando,
las trompetas y tambores
los escarnios simulando.
Arte, dolor, emoción,
todo aunado en un abrazo.

Y por fin; ¡La Dolorosa!
Entre apretones de llanto.
Lo más grande de Salzillo,
lo mayor del arte humano.
¡Oh divina concepción
del más sublime milagro!
Todo un vuelco de amargura,
fortaleza al mismo grado;
con sus manos extendidas
compasiones implorando.
Tiemblan los aires al verla,
los ángeles caen pasmados,
se han apagado los pechos,
los ojos paralizados,
no aciertan a producir
palabra alguna los labios
y la brisa trae en volandas
la voz de Dios ordenando
al sol: ¡Sal a envolver
a mi Madre con tus rayos!

Allá va la procesión
la mañana despertando.
Claveles, rosas, azahares
envuelven el aire diáfano.
Saetas, cirios, suspiros
se engarzan en los naranjos.
Huerta, ciudad, todo el pueblo
se apiñan ente los pasos.
Río, cielo, aire, sol
se arrodillan extasiados,
ante la gran maravilla
del Viernes Santo murciano,
y Salzillo, el inmortal,
contempla, más sublimado
a su tierra, que es tesoro
del más excelso milagro.